Mientras el transcurrir de los hechos artísticos, en todas las disciplinas, produce una creatividad y riqueza de planteamiento en crescendo, apoyado a veces por la tecnología, como es el caso de la música electroacústica, también se produce un hecho menos afín al creador sincero, que es la afiliación a ciertas estéticas por razones de intereses personales.
Si algo hay de inoportuno y mediocrizante es la intromisión de la política y el oportunismo dentro de la música como arte. Este hecho ha provocado el desplazamiento y la marginación de verdaderos músicos con talento, pero poco dados a las relaciones públicas, y el entronamiento de compositores de dudosa capacidad creadora.
Es curioso y llamativo corroborar este punto conforme van pasando los años, y los autores (no todos) que antes eran mitos vivientes, caen casi en el olvido tras su muerte, y aquellos, como el caso de D. Shostakovich, gran sinfonista soviético, que fue vapuleado por aquella vanguardia occidental tan reacia a la tonalidad, que llegó a renegar de ella, ve cómo su música tiene cada vez mayor aceptación y presencia.
La vanguardia como hecho histórico es muy interesante y motivador, pero como realidad musical dentro de otra realidad social que es la sociedad actual es bastante vacua.
A mi parecer son varios los puntos que han provocado esta situación decadente.
La primera y más importante es el abandono del sistema tonal como eje estético; por mucho que se diga acerca de las bondades de las músicas atonales, muy pocas de estas últimas son las que tienen aceptación en un público profano. Y no olvidemos que somos gente, que la Sociedad está formada por conjuntos de individuos, que conforman un sentir general; esto no quiere decir que algunas de estas obras no sean de gran calidad.
Los postulados vanguardistas, que con el afán de desprenderse de los estigmas del pasado que provocaron los horrores de la guerra, promovieron una alternativa que era encerrarse sí o sí en una ideología cuadriculada, autoritaria y poco laxa, con la bandera de lo anti-tonal por lo general.
La postura egocéntrica y a veces mística del creador, como elemento social al margen de todo y quien debía escribir una música propia al margen de todo gusto popular, ya que este último era sinónimo de populismo y falta de cultura. Las nuevas tendencias estéticas como el Rock and Roll eran prueba de ello. De ahí que al autor contemporáneo y culto la gente, o mejor dicho, el gusto popular no contase para nada.
La ingente cantidad de dinero, sobre todo tras la gran Guerra, que los Gobiernos dieron (y continúan dando, aunque mucho menos) han creado la realidad de una música totalmente subvencionada, ya que no tiene prácticamente reclamo social. En este punto se produce una paradoja muy graciosa: la vanguardia reniega del público “inculto” pero necesita de su dinero para poder subsistir.
Esta política de subvenciones provoca grupos de élite o mafias, que al son de las entidades que dan este dinero para poder costear este arte, cierran filas y se aprovisionan bien para mantener su status económico y de influencias. El Estado les permite vivir muy bien.
Tras el punto anterior se fusionan arte y política hasta tal punto que ya no podemos distinguir una cosa de la otra; surge la figura de político que hace arte, como justificación a sus ingresos económicos. Lo primero es dinero, poder y estrenar en los mejores escenarios, y después escribir lo que surja, no importa de qué calidad sea, ya que todo lo anterior está garantizado.
Seguir con ese afán de “vender” la realidad de la música contemporánea como la guía del futuro; muchos se empeñan en hacer valer la música atonal contemporánea como una realidad que nos marca y marcará el camino en el siglo XXI; que esta música cada día tenga menos aceptación entre la sociedad, y dicho sea de paso, entre los instrumentistas en general, no va con ellos.
Una de las cuestiones más preocupantes es la falta de talento, en general, de estos creadores. He visto con perplejidad cómo se reduce y simplifica el oficio de compositor al simple manejo de una paleta de ruidos y procedimientos “que dan el pego”; de cómo hay jóvenes autores que son copia de copia de copia de otros compositores más viejos que ellos, pero que desconocen por completo. Aún así se sienten muy originales y transgresores, están orgullosos de lo que hacen; creen que están haciendo historia. Lo más trágico es que el dominio de la escritura tradicional y la tonalidad es algo desconocido para ellos: han empezado la casa por el tejado.
El exceso de pensamiento y esquematismo, y la falta de libertad desde el punto de vista del sentimiento es otro estigma de esta música. Que todo se justifique con la cerebralidad del planteamiento ha provocado verdaderos “mecánicos” de la composición. Y por culpa de esto mismo, se han apegado al oficio de creador personas poco afines al arte musical. El superponer estratos sobre la base del sentimiento y la inmediatez de la música (que es su mayor virtud) ha provocado esta asfixia en la propia música. De ahí se entiende esa excesiva importancia que dan al análisis de las partituras para poder aspirar a ser compositor de valía.
La cultura de los premios: cuantos más premios tenga un autor, mejor debe ser su música. Es llamativo ver como ciertos autores se han tomado esta actividad como una especialización; gustar al tribunal se ha convertido en muchos casos la prioridad primera. El relativismo y los intereses creados dentro del propio tribunal (y de eso tengo constancia) ha provocado también que el nivel musical descendiera poco a poco ya que no era cuestión tanto de calidad musical como de contactos y simpatías.
La poca duración y representación pública de estas obras contemporáneas; por lo general su coste no justifica la poca presencia en los escenarios. La música contemporánea se toca muy poco, tras el estreno. Esto hace que nos movamos en una dinámica de continuos estrenos, pero de pocas reposiciones.
El atomismo e individualismo tan exagerado al que ha llegado el compositor, ha hecho que por un lado haya mucha variedad, pero ninguna unidad de estilo. Así ocurre que el auditor anda completamente perdido ante las nuevas creaciones, que como dice el dicho son de su padre y de su madre.
La enseñanza de la composición en los Conservatorios: nada más alejado de la verdadera pedagogía de la composición es el temario de conservatorio; seguir un esquema para todos igual y la cultura de los trabajos biográficos, como si esto algo tuviera que ver con aprender a componer, es una verdadero lastre: tabula rasa; el verdadero profesor de composición (que debería ser también creador activo) debe potenciar y apoyar el talento de su alumno desde la perspectiva de la creación activa personalizada y no desde la intromisión o coerción académica. La frase del típico profesor: es que yo aquí haría algo diferente, es muestra de todo esto. Además se implanta la idea de que hay que llegar a ser un gran compositor, sino tu carrera ha sido un fracaso; no hay términos medios. Siempre se está con la dichosa comparativa con otros autores, que se toman la composición como una carrera de bólidos, donde se es mejor cuantas más obras se escriban y encargos se tengan, a toda prisa.
No todo es negativo. Claro está que la música de vanguardia ha dado compositores importantes, de gran talento y figura. Miremos el caso de O. Messiaen o G. Ligeti; y dentro de España tres cuartos de lo mismo con autores como Roberto Gerhard, Luis de Pablo o David del Puerto.
Siempre he dicho que las dictaduras son perjudiciales, pero especialmente en un terreno tan maravilloso como el Arte. Imponer gustos y mentalidades artísticas es del todo absurdo e injusto, y además va en contra de la propia naturaleza artística, que es la creación libre.
La música, música es. Debemos escuchar y disfrutar de ella desde lo más profundo de nuestro ser, sin complejos. Hacerla nuestra en el momento de la escucha es la gran experiencia.
publicado en www.sinfoniavirtual.com
enhorabuena por el artículo
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