Escritos y reflexiones de Carlos Perón Cano
sábado, 31 de marzo de 2012
Bocetos (2012)
domingo, 24 de abril de 2011
Citas sobre mi música
He tenido el placer de estrenar algunas de sus obras, y especialmente sus "Diálogos" para piano y acordeón, y su obra "Natura Celestis" para vcello y acordeón tienen un lugar especial en mis colaboraciones más satisfactorias entre intérprete y compositor"
Ángel Luis Castaño (concertista internacional de acordeón)
Michael Andriaccio (concertista internacional de guitarra)
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«Carlos Perón Cano es un buen ejemplo de pundonor y trabajo para todos aquellos jóvenes que se acercan a la música con la intención de hacer de ésta su medio de expresión. Su ya nada despreciable catálogo de obras así lo certifica»
Manuel Miján (Catedrático de saxofón, Real Conservatorio Superior de Música de Madrid)
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"La música de Carlos Perón Cano es muy accesible tanto como para el oyente como para el intérprete. Su dedicación al oficio de compositor se entiende inmediatamente, y hace que el trabajo y el aprendizaje de su música sea un placer único. Creo que es un talentoso compositor, de quien esperamos oir mucho de sus continuas obras musicales"
Dr. Dennis AsKew (Profesor de tuba y bombardino, UNC Greensboro, USA)
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"Compositor infatigable, intérprete, profesor, músico total y artista vital, lleno de energía y creatividad, dotado de una capacidad de trabajo inmensa, Carlos Perón Cano refleja como pocos en su música la pluralidad de nuestro tiempo, y lo hace, ante todo, con libertad. Con la falta de prejuicios de la persona que hace música porque la siente y necesita hacerla. Carlos Perón Cano es un músico de talento y, aún por encima de esto, un artista auténtico"
David del Puerto Jimeno (compositor, Premio Nacional de la Música 2005)
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"La música de Carlos Perón Cano es una música inspirada, técnicamente incontestable. ¿Qué más se puede pedir?"
Jesús Rueda (compositor, Premio Nacional de la Música 2004)
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"Siento gran admiración por la obra de Carlos Perón Cano. Su doble faceta de compositor e intérprete le une a la música desde el impulso creador a la práctica. Es por ello que su música es real y llega directamente al oyente con toda la sensibilidad que su gran capacidad artística le otorga"
Iagoba Fanlo (concertista internacional de violonchelo)
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"Querido Carlos, es un auténtico lujo tenerte entre nuestros compositores. ¡Enhorabuena por tanto talento y alegría que nos das a todos con tu música!"
Daniel Estulin (afamado escritor de investigación y ex-agente del KGB)
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"He escuchado a menudo, gracias a la tecnología de red que cada día nos hace más cercanos y más lejanos, las obras de Carlos Perón Cano. La sinceridad y la facilidad con la que el artista juega con elementos minimalistas y las poliestilísticas células rítmicas transforman su creación en un viaje en el que el corazón, el intelecto y el paisaje vital se unen en un todo único. La paulatina transformación de estados de ánimo reflejados se convierte entonces en vivencias siempre coherentes que, a través de su instrumentación, nos proporcionan en todas sus obras la imagen de un compositor entregado y consciente de su momento histórico. ¡Bravo Maestro!"
Brenno Adelchi Ambrosini (concertista internacional de piano y profesor en la Alfred Schnittke Akademie Hamburg)
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"La música de Carlos Perón Cano es de una gran personalidad y transparencia, escrita con empeño de comunicación y talento creador. Su impresionante catálogo de obras avala la trayectoria de un compositor saliente en nuestros días"
José Carlos Gosálvez Lara (Director del Departamento de Música y Audiovisuales) Biblioteca Nacional de España
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"Carlos Perón Cano es un compositor con gran capacidad de trabajo y dedicación, en una constante búsqueda que nos presenta resultados maravillosos y de alta sensibilidad. Disfruto enormemente de su música y la recomiendo"
Natalia González Figueroa (concertista de piano)
domingo, 20 de marzo de 2011
lunes, 21 de febrero de 2011
“Crónica de una muerte anunciada - El ocaso de la vanguardia”
Muchos somos los que creemos firmemente que la Vanguardia como expresión de una ideología nacida como contracultura hacia todo lo soviético en la posguerra, apoyada y subvencionada por la
A grosso modo dos son las causas más significativas al respecto; la primera de ellas por su incapacidad de crear una tradición en la sociedad que le ha estado pagando sus excesos en los últimos 65 años, y la segunda, la actual crisis económica que la está dejando sin fondos.
Es verdaderamente llamativa y estrambótica la forma de vida que ha tenido que llevar la Vanguardia, en todas sus expresiones artísticas, pero sobre todo una de ellas, en la cual me voy a centrar: la musical.
Desde sus inicios, la ruptura con la tradición, en el amplio sentido de la palabra, vino dado por el afán (supuesto afán) de renovar al ser humano, que tan malvado y decadente había llegado a ser durante la 2ª guerra mundial; los horrores de la guerra hicieron pensar que lo llevado hasta entonces en lo cultural no funcionaba y había que cambiarlo todo, de arriba abajo. La ruptura con los postulados tradicionales se veían con buenos ojos, por lo menos en las altas esferas de los compositores “cultos”. La bandera de la intelectualidad musical y la renovación se izó con fuerza.
Otra perspectiva de la vanguardia, porque siempre son varias las verdades y las realidades superpuestas, es que dicha vanguardia se forjó, se planificó y se puso en marcha como un movimiento contracultural, a modo de tapón, hacia lo que se llamó el bloque comunista (la URSS y sus países satélites); estos últimos cometieron el “pecado” de escribir una música para y por el pueblo, como es el caso tan significativo de D. Shostakovich (1906-1975), compositor vilipendiado por la vanguardia más reaccionaria, y de ahí que en la Europa Occidental se quisiera dar el máximo empuje y apoyo a la revoltosa y trasgresora vanguardia, para demostrar que aquí, en la Europa occidental capitalista, éramos más libres que nadie haciendo música.
De este menester, y como no podría ser de otra manera, ya que EEUU controlaba la política de las naciones europeas occidentales, la
De la nada surgieron compositores afamados, genios y figuras de la creación vanguardista. El caso de Karlheinz Stockhausen es sumamente llamativo. Poco a poco, a golpe de dinero y empeño por crear una nueva música de la nada, nació todo un aparato político-cultural, toda una estructura de poder, todo un establishment de privilegiados creadores que rápidamente tomaron posiciones, tanto políticas como de bienestar económico.
Todos nos preguntamos cómo es posible que una casta de creadores de una música de público minoritario e incapaz de vender discos o partituras a un nivel comercial mínimo pudieran amasar fortunas y vivir de manera tan ostentosa.
La respuesta está en el dinero público.
Una de las cuestiones más llamativas y contradictorias de la Vanguardia ha sido (y sigue siendo) su escala de valores y prioridades. Si se analiza con cierta profundidad su filosofía nos damos cuenta de que se desprejuició con otros prejuicios:
1. El sistema tonal, y por extensión los demás recursos tradicionales aplicados a todos los parámetros musicales, quedaban anticuados y casi prohibidos (por no decir del todo). Mal vistos eran los compositores que hacían alguna melodía, por pequeña que fuera, un ritmo sentido, por poco que fuera.
2. El público, que dio vida y alegría en tiempos pasado al concierto, con sus aplausos sinceros y sus gustos propios ya no era necesario. Por un lado porque para los compositores, ya teniendo una buena subvención de antemano, no era necesario depender de la taquilla, y segundo porque la nueva música de vanguardia llenaba de argumentos y de arrogancia vanidosa a todo creador, por malo que fuera, creyéndose, sin ningún género de dudas, en heredero, nada más y nada menos que de la tradición Beethoveniana.
3. La escritura musical debía ser (y lo sigue siendo) enrevesada y compleja, como si de una obra plástica se tratara. Muchas de estas obras son más para verlas como cuadros que para tocarlas. La obsesión por demostrar cuánto sabe uno de contrapunto y fuga hace que las obras sean pesantes y cansinas. Se huye de la simplicidad como de la peste.
Un caso que desde hace bastante tiempo me llama la atención son las obras del compositor Brian Ferneyhough (n.1943), obras de una dificultad tan extrema que pocos grupos osan interpretarla. Lo más gracioso de muchos compositores de este estilo es que no controlan del todo aquello que escriben; se ha dado casos llamativos de estrenos de sus obras donde no han sido capaces de percibir los cambios o los errores en el estreno de dicha obra.
4. Las agrupaciones instrumentales y el calibre de la orquesta sinfónica son ahora más extrañas que nunca y más grandes que nunca. Los grupos instrumentales tradicionales ya no valen, o son poco utilizados, con excepciones, como el cuarteto de cuerda (¿quién puede prescindir de esta agrupación después de que Beethoven haya escrito lo que ha escrito, ¿verdad?). Ahora vemos quintetos de dos guitarras, tuba wagneriana, arpa y zanfoña en fa. Buscar sonoridades nuevas y experimentar es lo más importante, incluso más importante que la propia música. Échese un vistazo a la música electroacústica.
La orquesta sinfónica es un ejército de mercenarios a quienes se les envía a misiones imposibles, como hacer divisis a 24 violines o procedimientos por el estilo, muchas de las veces con una escritura instrumental que de idiomática no tiene nada, so pretexto de la “innovación” o de “una estética propia”.
5. La intelectualidad es el visado para poder entrar en este club selecto de gente muy culta que hace llamarse “compositores”. A partir de ahora ya no vale ser entendido en música o haber realizado una carrera musical; hay que ser culto, muy culto, haber analizado muchas obras, entre ellas las de Webern, Boulez y Xenakis, haberse leído el “Ulises” de James Joyce (1922) y a ser posible saber porqué, cómo, cuando y para qué escribió el señor Boulez su obra el “Martillo sin dueño”. La simple intuición ya no vale, y las emociones menos aún. El Romanticismo es cosa del pasado; ahora la música se piensa, no se siente, se calcula, no se intuye. ¡Vivan las cadenas de lo conceptual!
(nota: La idea de la obra prevalece sobre sus aspectos formales, y en muchos casos la idea es la obra en sí misma, quedando la resolución final de la obra como mero soporte)
6. Ya no hay separación entre belleza y fealdad, entre consonancia y disonancia. Como si de un bando municipal se tratara, a partir de ahora, señores conciudadanos, será mal visto, muy mal visto que hablemos de bonito o feo, de agradable o desagradable, ya que los muy cultos dicen lo que se debe escuchar y cómo escucharlo. Ellos (los compositores actuales de la vanguardia) son los elegidos para guiarnos hasta el Olimpo de las delicias musicales; tonto y burro todo aquel que no lo quiera ver o no les siga. A partir de ahora el creador hace lo que le viene en gana y los demás rinden pleitesía.
7. Los planteamientos teóricos y sistemas compositivos particulares afloran como setas. Al final vemos que escuchamos más al sistema de composición que al propio compositor, que se esconde tras él sin querer dar la cara. Eso si, si hay alguna duda de cómo compone, nos analiza la partitura y Santas Pascuas, eso es todo, a eso se reduce todo. La autocomplacencia basada en el análisis de la partitura es una de las actitudes más “divertidas” de la vanguardia musical.
8. La venta de partituras, CD,s ,
Toda esta nueva realidad, surgida de manera artificial y artificiosa como consecuencia de unas necesidades políticas concretas y perentorias, hizo que el paradigma social de la música como manifestación que se desarrolla dentro de la realidad social, cambiara. Todas aquellas músicas que han sido y son a día de hoy tonales y quieren posicionarse en un status de igualdad con las anteriores han sido y son marginadas. No tenemos más que echar un vistazo a los concursos de composición para darnos cuenta de cual es la realpolitik en este sentido.
Citaré un concurso nacional español donde se ve claramente esta actitud: el Concurso Internacional de Composición BBVA; esta última entidad bancaria española acaba de dar 400.000€ de gratificación por su carrera musical al señor Helmut Lachenmann, a quién se denomina “el gran maestro de la música concreta instrumental” y quien tiene un público minoritario en su propio país. Ni hablemos de la venta de discos y partituras de su música…
Podríamos hacer el símil de la burbuja inmobiliaria y la burbuja vanguardista; ambas surgen por la sobrevaloración de su producto, uno inmobiliario y el otro artístico; se crean expectativas que luego no se cumplen, se venden al por mayor las bondades del producto, pero la realidad es otra. Todo al final se viene abajo porque no concuerda con la verdadera realidad, en un caso la económica y en la otra la social.
Una de las rémoras que nos ha traído hasta día de hoy la vanguardia musical, y que se ha extendido de generación en generación cual mancha de chapapote, ha sido la falta de oficio a la hora de componer. En sus comienzos, aquellos creadores ruidosos y transgresores, quisieran o no reconocerlo, habían trabajado, estudiado o compuesto en parte en la tradición. Sabían orquestar, sabían los trucos del buen compositor-artesano.
Con el transcurrir de los años y de las décadas, con el embelesamiento de las promesas de las nuevas estéticas y la inmediatez de los efectos conseguidos a expensas de procedimientos circenses, el verdadero oficio fue relegado por otras prioridades. Muchas veces, dicho incluso por los propios compositores, lo importante era “dar el pego”, que aquello “sonara feo”.
En España uno de esos grupos (de hace años) que tenía esa praxis era el grupo instrumental LIM, del cual tengo muy buena relación con uno de sus ex-miembros, el señor Pedro Vilarroig, quién me ha contado situaciones muy embarazosas y vergonzantes para con el público.
Los cursos de verano, los concursos y sobre todo los Conservatorios han funcionado como “correa de transmisión” de estos valores y principios a las nuevas generaciones. El sucedáneo del oficio tradicional es la inmediatez de la escritura facilona, en la mayoría de los casos. Claro está que cuando digo esto nadie se da por aludido, aquí todo el mundo mira para otro lado; en nuestro oficio de la composición casi todos son Beethovenes.
Toda esta aberración social provoca que el narcisismo y la vanidad afloren como las hierbas en primavera. Se relaciona de una manera simplista y tonta la captación de subvenciones para tener encargos y realizar estrenos con el hecho de ser buen compositor, o compositor importante. Conozco a unos cuantos que más que compositores son expertos en hacer pasillo para trincar dinero público para sus estrenos.
En España la vieja guardia contemporánea-musical adolece de este síndrome. Todos son muy buenos y muy importantes. Pues bien, primero decir que eso no es así, y segundo voy a ser un poco valiente y voy a dar un nombre que considero de lo poco decente y de calidad que ha generado España en aquellos años de posguerra vanguardista: Antón García Abril.
Este señor, compositor de oficio, con oficio y sentimiento ha escrito una música (como la sintonía de “El Hombre y la Tierra”) que ha llegado a un público masivo. Claro está, es tonal, de los pocos de su generación que no cayó en el trampantojo de la buena nueva llegada desde centroeuropa.
Otros dos ejemplos de los más brillantes creadores musicales en la actualidad española son Pedro Vilarroig (n.1954) y la compositora ovetense Raquel Rodríguez (n.1980), compositores que ya ni siquiera se encuadran personalmente dentro de la vanguardia (y eso que mamaron de ella), cansados de ella y aburridos de sus promesas.
Con el tiempo me he dado cuenta de que la Vanguardia está muerta de miedo y de complejos; sabe perfectamente que el día que llegue en el cual no se subvencione lo que hace morirá de la noche a la mañana; sabe que hay otras músicas, más ricas y sociales que ella que están aflorando, expandiéndose, fusionándose y calando en la sociedad, y que la están arrinconando cada vez más; sabe que el formato de concierto tradicional basado en un público callado, obediente, complaciente y condescendiente que se está quieto durante hora y media en una butaca y después aplaude lo que no le gusta se está agotando; sabe que las subvenciones se están recortando a pasos agigantados por la actual crisis económica, y su estatus de casta privilegiada que le permite vivir muy bien a cambio de casi nada está en peligro de extinción; son conscientes de que no venden ni partituras ni discos, y menos ahora en la Era de Internet.
La verdad que la cosa pinta fea ¿no creen ustedes?
Pero aun así lo más rocambolesco es que se sigue buscando la fama del compositor-sinfonista por encima de todo. La gloria del creador de sinfonías, de óperas (véase lo que encarga el Teatro Real de Madrid y qué opinan los instrumentistas de dichas óperas) que sale por la puerta grande, cual Beethoven después de su 9ª sinfonía, sigue animando a más de uno a seguir en la brecha de la soledad intelectual, de la creación personal e intimista, con el afán pueril de crear historia y quedar en ella.
Creo que deberían darse cuenta de que esta sociedad, NUESTRA SOCIEDAD, para bien o para mal no es la misma que hace 100 años; todo ha cambiado. El público tiene una oferta inmensa de músicas maravillosas, europeas o extranjeras, para disfrutar activamente y sin prejuicios.
El formato de “callarse y escuchar” cada día que pasa está menos aceptado.
Me llama mucho la atención el tipo de actitud que tiene el director Gustavo Dudamel y la Orquesta de la Juventud Simón Bolivar, haciendo un tipo de concierto divertido, ameno y directo con el público.
Ciertamente la vanguardia se bate en retirada, ante la adversidad de la realidad social y económica. Unos más que otros se aferran a su minarete de marfil, dándose codazos, en el cual han estado viviendo como verdaderos privilegiados casi toda su vida. Los argumentos para defenderse son, realmente, variopintos:
“Esta sociedad no tiene la cultura suficiente para entender lo que hacemos”
“El público no es quién para decirnos qué tipo de música debemos hacer”
“Nosotros somos los verdaderos herederos de la tradición musical europea”
“Es necesario y una obligación moral de la sociedad apostar económicamente por nuestra música, porque representamos a un sector de la población”
“Ahora es difícil verlo claro, pero la vanguardia quedará el día de mañana. Mira tú lo que paso con la Consagración de la Primavera de I. Stravinsky…”
“No tenemos perspectiva suficiente para saber qué quedará de la vanguardia y qué no quedará”
Toda esta retahíla de argumento exculpatorios y cínicos demuestran en que estado de desintegración se sitúa la vanguardia musical actual. El cuento de la lechera ya no da más de si y los argumentos se agotan a toda velocidad. La realidad social se come por los pies a la trasnochada vanguardia que no sabe cómo reaccionar, y los compositores de renombre (es decir, lo viejos y mejor posicionados políticamente) arramplan con todo lo que pueden antes de que esto se acabe del todo.
El miedo a escribir otra cosa que no sea lo de siempre da buena nota de cómo ha sido hasta hoy la mentalidad totalitaria, fascista y dictatorial de la vanguardia. ¡Qué no se mueva nadie de su sitio!
Un aspecto que siempre me ha llamado la atención en relación a la postura política de los vanguardistas es su claro posicionamiento en la izquierda ideológica; todos son de izquierdas (o casi todos) y tienen una actitud clara de ser muy sociales y luchadores contra el “fascismo intelectual”. Perplejo me quedo cuando hablo con algunos de ellos, en relación al público, a las subvenciones, a la política actual, al SGAE y demás temas de interés y descubro una actitud totalmente caciquista e intransigente: el dinero público está para mantenerlos en su status privilegiado (como pasa con los sindicatos), lejos del currante proletario. El público es una panda de melómanos venido a menos (en el mejor de los casos) que nos deben agradecer el favor que les estamos haciendo por “culturizarles”. Todo aquel político o partido que no nos subvencione es automáticamente tachado de “fascista” (y no de “stalinista”). Nosotros somos los buenos y los demás los malos de esta película.
Toda esta hipocresía, verborrea y falsedad es la propia de la vanguardia decadente y descontextualizada socialmente. En definitiva, compositores desterrados de la realidad actual.
Una cuestión en la que siguen empeñados en defender como patrimonio suyo es el tema de la “disonancia”. Es llamativo ver cómo se empeñan en vender ideas como que “la disonancia es algo cultural” o que “con cierta educación seríamos capaces de escuchar hasta quintos de tono”; esto último fue una de las cosas que me dijo personalmente el compositor suizo Klaus Huber (n.1924) en Madrid, en una de sus visitas, hace unos pocos años. Ni que decir tiene que no me creí ese argumento ni un solo segundo.
Cuando se les argumenta que esto no es así, o que hay que volver a procedimientos y sonoridades más tradicionales para hacerse entender con el público (que paga sus encargos, repito) se hacen los ofendidos diciendo “que no podemos imponer aquello que se debe hacer, que tiene que haber libertad de expresión”. La típica coartada, en este contexto, del mediocre asustado.
Veamos cómo funciona en realidad, paso a paso y desde la física, el tema de la disonancia:
1. El fenómeno de la disonancia se produce por falta de resolución de la “disonancia” en nuestras cócleas. La cóclea, también conocida como caracol (35 mm aprox.), es una estructura en forma de tubo enrollado en espiral, situada en el oído interno. Forma parte del sistema auditivo de los mamíferos. En su interior se encuentra el órgano de Corti, que es el órgano del sentido de la audición.
2. La sensación de disonancia depende de la longitud del período armónico de la onda.
3. Todas estas ondas en lo único que difieren es en el número de periodos que engloban en cada grupo en el caso de intervalos primarios.
4. La disonancia se inicia cuando la frecuencia de batido es del orden de un cuarto del ancho de banda crítico, y en este punto ambas frecuencias se estorban mutuamente y producen un conflicto de vibración en la membrana basilar, la cual no es suficientemente elástica como para independizar las oscilaciones de una y de otra.
5. La información emitida al cerebro es confusa, y a esto se denomina “disonancia”, algo que provoca una sensación desagradable.
Ya se que estos argumentos de poco sirven a los compositores vanguardistas que argumentan que si uno escucha mil veces una segunda menor, al final nos colmará de placer; es la ley del martillo: “si a uno no le gusta que le den un martillazo es porque no ha recibido los suficientes”.
Pero lamento decirles que no es ni será así. La argumentación de que en otras culturas utilizan el cuarto de tono (utilización totalmente distinta a nuestra concepción armónica-vertical occidental) sirve de bien poco. Esos intervalos no se conciben como parte de acordes con necesidad de resolución, sino de color. El microtonalismo del compositor checo Alois Hába (1893-1973) ya nos dejó bien claro cómo funcionan los microtonos y a dónde nos ha llevado.
Para terminar decir que, claro está, hay buenos compositores y buenas obras dentro de la vanguardia musical. No todo es negro, por supuesto. Pero lo bueno brilla por su ausencia, por desgracia. Y decir a todos aquellos compositores (muchos) que dicen que “la tonalidad ha muerto” refiriéndose al siglo XX, decirles que precisamente en el siglo XX y este que empezamos, ha estado más viva, más diversificada, más conexionada con la sociedad y entendida por ella que nunca.
Los medios de comunicación de masas (mass media) han expandido a los cuatro vientos todas las músicas tonales del rock, del pop, las bandas sonoras y demás estilos musicales encuadrados en la tonalidad. Precisamente si algo ha muerto o está agonizando es la vanguardia musical, que cada día que pasa huele más a fiambre.
Lo dicho, queridos amigos, que todo esto es la crónica de una muerte anunciada, el ocaso de la vanguardia.
Arganda del Rey, Madrid, a 18 de febrero de 2011.